Tres historias entrelazadas (parte 2)

Escribí tres historias breves que se cruzan, se encuentran, se entrelazan. Hoy les comparto la segunda parte: El paquete

Cuando salió al pasillo encontró un paquete en el suelo. Fue un solo timbre el que lo había hecho salir, pero ya no había nadie.

El paquete -sobre papel madera- solo tenía dibujados tres puntos, negros, seguidos. A la altura de la mitad.

Se acostó en la cama, lo examinó de un lado, del otro. En su interior, un libro. De tapas amarillas.

No estaba habituado a la lectura pero más por intriga que por real interés lo hojeó un par de veces. Pensó si no sería un error. En el piso de abajo vivía una vieja que escribía, quizás fuera para ella.

Marcela T. No conocía a nadie con ese nombre. Lo único que le sonaba más parecido era Marcelo T., calle que cruzaba todos los días para ir al trabajo.

A lo sumo podía llegar a leer un cuento, pero ¿una novela? Jamás. Su atención era escasa, dispersa y él, inconstante.

Cabeceó un par de veces y el libro cayó abierto de par en par sobre su pecho. Parecía, por momentos, tambalear y caerse. Pero resistió los movimientos irregulares del diafragma hasta que ambos quedaron dormidos.

Llegó María. Lo llamó, sin respuesta. Fue al cuarto y lo encontró sobre la cama, con un libro. ¡Un libro! Sabe muy bien que él nunca lee. Estaba mirando el título y el nombre de la autora cuando sonó el celular de Gustavo. En realidad, sonó y vibró. Estaba apoyado sobre la alfombra, cerca de la cama. Gustavo ni lo escuchó, pero María, ya visiblemente nerviosa, vio que llamaba una (o un) tal M. T.

A esto le siguió un rostro sulfurado. Agarró el celular y lo estrelló contra la cómoda. Gustavo se despertó, infartado. Ella a los gritos le preguntaba que mierda hacía con un libro si en su puta vida leyó y quién era la M.T. que llamaba.

No le dio mucho tiempo para contestar. Gustavo seguía semi despierto y consternado.  El libro se había vuelto a cerrar, las tapas amarillas se juntaron de nuevo sobre la cama, como si se hubieran sentido culpable de semejante ataque de furia. Los brazos de María se alargaron más de la cuenta, sus dedos-tenazas atraparon al libro y Gustavo consiguió no quedar enredado en la red en que se había transformado su novia. Suspiró de alivio.

El que no pudo zafar, además del libro, fue el teléfono, o lo que quedaba de él. María corrió hasta la ventana que daba a la calle con ambos objetos, desgraciados y sin siquiera mirar, con los ojos salidos y los dientes apretados, los hizo volar. Y volaron por un rato.

 

5 comentarios en “Tres historias entrelazadas (parte 2)

Replica a Coremi Cancelar la respuesta